El Regalo Estrella

«El Agradecimiento va estrechamente ligado a la Empatía y a la Solidaridad».

3/20/2023

Parece que no va a llegar nunca. Tras once largos meses de dura competición, en tu cabeza no cabe otra cosa que no esté asociado a la palabra descanso. Levantar a tus hijos, llevarlos al cole, conducir a toda velocidad hasta el trabajo. Redacción de informes, reuniones urgentes, planes prioritarios. La tarde tampoco te da un respiro: Cocinar, hacer cambalaches para llegar a tiempo a las extraescolares, ir a la compra. Tender lavadoras, cenas, la hora del baño… y puesta a cero del cronometro con cada amanecer. Sin darte cuenta, te has convertido en un atleta de alto rendimiento, de tu día a día. Necesitas un respiro y parece que ese momento no va a llegar nunca. Pero llega. Así, de sopetón.

Convertidos en esclavos de un hábito: «la ocupabilidad», sentirnos tremendamente ocupados parece ser el mejor remedio a una vida que no entendemos. Evitar reflexionar sobre ella parece el antídoto perfecto a nuestro sufrimiento interno. A través de largas listas de tareas, trabajo que hacer “para ayer” y objetivos frenéticos a medio, corto y largo plazo, nos encargamos de no dejar suficiente espacio mental en nuestras vidas para la toma de consciencia. Pero estas fechas lo cambian todo.

Como cada año se acercan esas fechas tan señaladas, la Navidad. Una rueda gigante de vidas aceleradas se detiene de repente. Obligando a personas extrañas a compartir una semana, donde los seres queridos se hacen visibles en un nuevo escenario. Un escenario que se antoja excesivamente lento.

En un instante, cambiamos el “no me da la vida” por una semana donde todo se ralentiza. Los minutos se convierten en horas, las horas en días, sintiéndote incluso un extraño compartiendo tanto tiempo con tu propia familia.

Las calles se llenan de luces parpadeantes a ritmo de Mariah Carey. Los rincones, de villancicos envueltos en dulces campanillas. El aire, se convierte en la exhalación de una neblina fresca que nos hace sentir esta época del año como si fuera mágica.

Y parece que se nos ablanda el corazón.

Durante el parón navideño y en este nuevo escenario, experimentamos una especie de conexión que nos hace ver el lado más tierno y reflexivo de nosotros mismos. Algo que el mundo de las prisas no nos permite ver el resto del año.

No es otra cosa que la toma de conciencia en forma de nostalgia. El darnos cuenta de que nuestra vida transcurre a gran velocidad, a bordo de un tren que parece haber perdido los frenos. Y parece que la vida se nos va, nuestros hijos crecen y nos perdemos cosas, muchas cosas. Es en estas fechas donde todo esto se convierte en una realidad latente, dolorosa y profunda.

Y se nos ablanda el corazón.. ese que parece haber estado acartonado durante once largos meses..

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Pero esta bajada de pistón dura poco, y la rueda sigue girando, ahora en otro contexto.

La publicidad y este sistema en el que estamos inmersos, sabe cómo reconducirnos a ese estado de añoranza que nos hace vulnerables. Generándonos nuevas necesidades y convirtiéndonos en compradores compulsivos a ritmo de Black Friday. Saben qué haremos todo lo posible por llenar ese vacío que no parece tener fondo. Achicar sin éxito el agua de un bote que se hunde, notablemente agujereado por el vertiginoso paso del tiempo y de las preguntas sin respuestas.

Y el sistema nos engulle, un año más.

Decidir entre si cenar pavo relleno o redondo de ternera se convierte en algo fundamental y prioritario. Encajado en un menú de estrella Michelín, el festín parece haber sido confeccionado para una cantidad ilimitada de comensales insaciables.

Elegir un perfume entre Carolina Herrera o Emporio Armani, un smartphone entre el iPhone 15 o el 15 Pro, o colmar de regalos la base de un precioso y caro árbol de Navidad, se torna algo verdaderamente importante y urgente, a la par que rutinario. Hacerlo así cada año nos proporciona una sensación de arraigo, de apego, esa que parece llenar nuestro corazón.

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De repente, este año, algo lo cambia todo.

Camuflado entre spots de seres queridos que vuelven a casa por navidad, burbujas doradas bailando coreografías perfectas y estrellas de cine huyendo de fiestas clandestinas envueltos en perfume, se cuela en tu televisor un anuncio diferente, en forma de bofetada, de esas que duelen.

Una familia Ucraniana —a golpe de mortero— se ha visto obligada a abandonar de forma inmediata su casa en plena noche. Con lo puesto, a oscuras, enfrentándose a temperaturas bajo cero.

En otro rincón del mundo, una niña Somalí lanza un mensaje de ayuda desesperado tras sufrir los estragos de la sequía y la hambruna más extrema padecida en África en los últimos cuarenta años.

Y te coge con las «defensas bajas», y se te encoje el corazón.

Sentado en tu chaise longue, con la calefacción a 26 grados y en mangas de camisa, observas en un escenario improvisado como tus hijas graban sonrientes una coreografía. Poco después, la subirán a TikTok, con destino a ninguna parte. Haces una comparativa vertiginosa y entras en modo empático.

Realizas una reflexión consciente de donde estás y de la suerte que tenéis, tú y tu familia.

Y comienzas agradecer. Das gracias por el lugar donde naciste, la familia y los padres con los que te criaste. Los colegios donde estudiaste, la adolescencia que viviste, el rumbo que tuviste la posibilidad de tomar. El mundo que pudiste conocer y los momentos que tuviste la suerte de vivir, al calor de una vida estable.

Agradeces ahora donde estas, el camino que hiciste y el lugar de dónde vienes. Das gracias por tener salud, un techo, un hogar. Agua caliente, una cama confortable donde dormir, comida en la nevera. Amor, amigos y un trabajo que te permite llevar una vida sin sobresaltos. Agradeces cada amanecer, cada despertar, cada oportunidad que te ofrece la vida para ser mejor persona.

Reflexionas y te dices:

«He tenido el privilegio y la suerte de nacer donde nací, pero podría haber nacido en otro escenario», ese escenario en forma de anuncio que viste minutos antes en TV.

«Estoy aquí, soy éste, soy ésta, pero podría estar allí y ser aquel, ser aquella..»

Y recuerdas aquella ocasión en la que tocaste fondo, estuviste «en el fango». Alguien apareció de improviso, sin que nadie se lo pidiera y te tendió la mano. Así, sin pedirte nada a cambio. Recuerdas cómo te sentiste, como te maravillaste al descubrir que en este mundo de locos aún quedan personas maravillosas, altruistas del amor.. que hacen cosas por los demás por el puro placer de ayudar, de compartir su suerte.

Y te preguntas: ¿porque no yo? ¿Por qué no puedo convertirme hoy en una de esas personas de quien un día me maravillé? Esas personas que aparecen de la nada, de repente, para acompañar a los demás en los peores momentos desde el corazón y compartir la suerte que me ha sido otorgada.

Es el momento de tomar conciencia, de valorar, agradecer, ser empático y repartir tu privilegio.

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Finalmente, y tras este maravilloso ejercicio, decides hacer una aportación mensual a una ONG y gracias a tu gesto, y al de tantos miles de personas como tú, llega la ayuda a su destino.

De repente, un grupo de altruistas ilusionados aparecen en helicóptero en un castigado rincón del mundo. Cargados de esperanza, entregando esa ayuda, ese calor necesario. Llega ese torrente de esperanza, en forma de empatía de tantas y tantas personas que hicieron ese ejercicio consciente de realidad.

Realmente, y si lo piensas, no te ha supuesto gran cosa.

Tomarte dos cañas en lugar de cuatro. Comprar un regalo en lugar de tres. Privarte de ese capricho caro que tampoco parecía ser tan necesario en tu armario... hacen que de una manera no traumática puedas ser partícipe de una pequeña gran hazaña. Un pequeño gesto puede convertirse en un gran bote salvavidas para millones de personas que viven a la deriva de su suerte.

Y el corazón se te llena de amor.

Y allí, en cualquier rincón perdido del mundo, ante este precioso regalo, alguien mira al cielo en el medio de una noche estrellada, eligiendo aquella que más brilla. Sorprendida de que puedan existir personas tan bondadosas en este mundo, le lanza un beso lleno de emoción, al tiempo que le susurra:

—Gracias por brillar con toda tu intensidad, gracias por velar por mí desde el otro lado.

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Espero que este relato haya resonado en ti.

El mundo está esperando a que tomes consciencia. Hagas ese ejercicio constante y necesario de agradecimiento y empatía, utilizándolo en favor de quienes no tuvieron la suerte de vivir la vida que tú tienes el privilegio de estar viviendo.

Agradece, se solidario y comparte suerte.

Recuerda que, este año, el regalo estrella eres Tú.

¡Feliz reflexion!

By Raúl Rivas.

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