Espectativas Vs Realidad
«La realidad superará a la ficcion siempre que no generes Espectativas»
Recuerdo con nostalgia aquellos viajes de verano que hacíamos cuando éramos pequeños. La empresa en la que trabajaba mi padre disponía de apartamentos que nos permitían alquilar a bajo coste. El único inconveniente que tenían era que estaban situados lejos de donde vivíamos, a unos 600km de distancia. Las carreteras de entonces no eran como las de ahora. No existían autovías y había que atravesar un sinfín de pueblos antes de llegar a nuestro destino: Almería.
Mi padre preparaba el coche la noche antes, un SEAT 131 sin aire acondicionado. Comprobaba los niveles de aceite sacando una varilla y limpiándola luego con una servilleta. Le ponía agua al radiador y se aseguraba —dándole varios puntapiés— de que las cuatro ruedas tenían la presión adecuada para emprender el viaje.
El vehículo venia equipado con tan solo dos retrovisores, uno interior y otro exterior. Todos los cristales se bajaban girando una dura manivela y en la parte de atrás podían viajar hasta cuatro personas sin cinturón, no los traía de serie ni tampoco eran obligatorios.
Emprendíamos estos viajes de madrugada. Partíamos a las cinco de la mañana, ya que el trayecto era largo y así se viajaba “más fresquito”. Nuestros padres nos despertaban en el silencio de la noche. Si tras varios avisos no conseguían despertarnos, nos llevaban directamente hasta el coche cogidos en brazos, donde continuábamos durmiendo.
Realizar estos viajes era toda una aventura. Recuerdo que mi padre durante la semana anterior, estudiaba el recorrido que debíamos seguir para llegar a nuestro destino. Desplegaba sobre la mesa del salón un mapa gigante de carreteras e iba señalando con un bolígrafo los pueblos por los que debíamos pasar y que desviaciones debíamos tomar.
A pesar de haber estudiado la ruta concienzudamente, era raro el viaje que no nos perdíamos, entrabamos en un pueblo que no debíamos o teníamos que consular sobre la marcha ese mapa gigante dentro del coche para volver a ubicarnos. Esto, al contrario de lo que actualmente pudiera parecer un inconveniente, le daba al viaje una cierta emoción. Tener esa sensación de estar totalmente perdido en el medio de cualquier pueblo o carretera desconocida era un acontecimiento espontaneo, no planificado, fresco y aventurero.
Por aquel entonces el método más infalible para llegar a cualquier parte o reconducir una ruta era preguntar directamente a alguien. Mi padre, el cual era una persona muy tímida, aprovechando que cruzábamos algún pueblo, paraba el coche en el arcén. Bajaba la ventanilla y preguntaba —atropellado por sus propias palabras— a la primera persona que veía:
—¿¿Por aquí se va para allá??
Al final mi madre, la cual era mucho más extrovertida y lanzada, formulaba las preguntas precisas para ubicarnos y así poder continuar nuestro viaje con cierta seguridad. Después de seis largas horas de atravesar pueblos y reconducir la ruta, llegábamos a Almería. No teníamos ni idea de cómo era el edificio donde se encontraban los apartamentos, solo disponíamos de la dirección. Así que después de preguntar a varios transeúntes y de confirmar nuestra posición, nos deteníamos mirando con curiosidad todo lo que nos rodeaba.
Mi padre se bajaba del coche e iba en busca de la recepción o de la persona que nos entregara las llaves del apartamento. Al cabo de unos minutos volvía y decía: —¡Es aquí!. A lo que mi madre contestaba: —¡Uy que bien, que prontito y que fácil hemos llegado!, borrando de su memoria de un plumazo todas aquellas peripecias que tuvimos que vivir a lo largo del camino para llegar hasta allí. La cuestión era llegar.
No conocíamos el apartamento ni las zonas comunes de la urbanización, así que tocaba inspeccionar.
—Anda, ¡pero si tiene una litera! ¡Me pido la cama de arriba!” —decía mi hermano.
—Guauuu. ¡Vaya piscina, pero sí parece un lago! —exclamaba con sorpresa mi hermana.
—¡Mira Papá, hay hasta una mesa de ping pon!—decía yo.
Todo lo que nos íbamos encontrando a nuestro paso nos parecía un auténtico regalo.
Tampoco conocíamos los bares, restaurantes ni posibilidades que nos ofrecían los alrededores. Esto no suponía un problema, de nuevo preguntando a la gente del lugar rápidamente te aconsejaban donde comer bien, tomarte un buen helado o un cine de verano cercano donde poder ver una buena peli. Todo parecía fluir de manera perfecta y cada día era una aventura.
Al finalizar las vacaciones, mientras emprendíamos el camino de vuelta a casa, bajábamos las ventanillas del coche, sacábamos la cabeza y gritábamos a los cuatro vientos con melancolía:
—¡Adiós Playita, Adiós!”.
Momentos inolvidables que se nos quedarían grabados en nuestra memoria para siempre.
Ahora todo es diferente, todo más «cómodo».
Cuando planificas un viaje entras en GOOGLE, escribes en el buscador: «Vacaciones soñadas en familia o donde viajar con niños» y empiezas a bucear en la RED.
Eliges el destino teniendo en cuenta todo tipo de variables:
«Una ciudad que no esté muy lejos, que ofrezca todo tipo de actividades para los peques, que tenga playa pero también piscina, que tenga algo para visitar, pero también espacios para poder relajarte, que no haga demasiado calor, pero tampoco demasiado frio…» La lista es larga y las posibilidades en internet, infinitas.
Una vez que has decidido el lugar al que viajar toca ultimar los detalles,cuando digo todos digo: TODOS.
Comienza la búsqueda del Hotel. Después de hacer mil filtros en las diferentes páginas webs, encuentras una superoferta. Parece reunir todos tus requisitos, pero no te lo acabas de creer, así que toca investigar a fondo donde nos estamos metiendo. Entras en TRIP ADVISOR para leer los cientos de comentarios que escribieron antiguos clientes que estuvieron en ese hotel. Revisas bien todas las fotos, no vaya a ser que las que tiene el hotel colgadas en su página web no estén actualizadas y así vas descartando posibles «engaños o desencantos»
—Uy! Este tiene un comentario negativo, dice que el buffet libre deja mucho que desear! Y aunque los siguientes veinte comentarios sean positivos, descartas ese hotel, en tu mente solo resuena una y otra vez con voz ultratumba: «Buffet libre desastrosooooo… uuuuuuh…»
Después de media mañana buceando y de varios descartes, te decides por uno, ¡hotel contratado!.
Una vez que nos hemos asegurado de que el hotel reúne los tropecientos mil requisitos que supuestamente “necesitamos” para que nuestras vacaciones sean perfectas, vamos a estudiar un poquito el entorno. ¿Como vamos a ir a un sitio sin saber TODO que nos ofrecen los alrededores? ¿Sería una temeridad, no? Hay que chequearlo bien.
Y nos vamos haciendo preguntas:
¿El hotel está pegadito a la misma playa? ¿Hay supermercados y centros comerciales alrededor?, ¿centros de salud? ¿Algún restaurante con estrella Michelin a tiro de piedra? ¿Parque de bolas? ¿Aquapark? ¿LoroPark? ¿cualquier cosa que acabe en “Park”? Y así vamos chequeando que allí donde vamos tiene de todo y lo más importante, que las actividades estén super cerca del hotel.
La estancia debe ser perfecta y cuanto más controlado y cómodo sea todo más garantías de éxito tendremos. Todo más cómodo y sencillo que antaño.
Y vas tejiendo «tu realidad»: En tu mente ya te imaginas allí. Como la chica de la foto que aparece en la página web del hotel, sonriente y feliz. En esa super terraza de la habitación con vistas al mar, mientras contemplas la cálida puesta de sol y una suave brisa marina mece tu pelo. Te imaginas nadando a espaldas en esa superpiscina de trescientos mil metros cúbicos. Con unas gafas grandes de sol marca PRADA y vistiendo un trikini negro, el cual te queda tan perfecto que pareciera que el mismísimo Armani lo hubiera cosido expresamente para ti. Te ves tumbado en una hamaca del Spa, vistiendo un suave albornoz con bordado en el pecho que indica “cliente premium”, con dos rodajas de pepino en tus ojos mientras sujetas una impresionante bebida tropical. O degustando en el restaurante estrella michelín ese cochinillo a baja temperatura con aroma de trufa, mientras lo acompañas de esa cerveza alemana de barril helada que tanto te estas festejando. Ya te ves disfrutando —y puedes hasta casi sentir— como será disfrutar de todas esas comodidades que contrataste de antemano. Esta todo perfectamente chequeado y planificado.. todo bajo control! ¿Qué puede salir mal?
Llega el día del viaje. Nada de puntapiés a las ruedas del coche para comprobar la presión, llevaste el coche al taller y le hicieron una pre-itv completa. Nada de salir de madrugada, salimos cuando podemos, disponemos de aire acondicionado así que sin problemas. No necesitamos preguntar ni analizar el mapa la semana antes, disponemos de GPS, lo ponemos y que nos diga por donde hay que ir, todo más cómodo.. Después de unas horas de viaje llegamos a nuestro destino. Sabemos que hemos llegado porque hemos visto cientos de fotos del hotel, desde todas las perspectivas, así que viendo la fachada ya podemos decir: «Es aquí, hemos llegado»
—¿Seguro que es aquí? La fachada del hotel parecía más bonita en las fotos, parece un poco deteriorada —indica mi mujer. Mmmmm..
Hacemos el Check-in y nos asignan la habitación. Nos ha tocado una de interior, ni super terraza ni vistas al mar, ni brisa marina meciendo mi pelo que valga, empezamos a inquietarnos.. Deshacemos las maletas y bajamos a la piscina, necesitamos ese momento de relax que tanto hemos soñado. Buff! lo necesito!. Te pones tu trikini —de Zara— y las gafas de sol, las primeras que encontraste por casa —unas de plástico que venían gratis con una crema solar—. Es tu momento, nadie te lo va a estropear. Ese día, —por lo que sea— se está celebrando una fiesta para niños en el recinto de la piscina, música infantil a todo trapo, todas las tumbonas ocupadas y no puedes nadar a espaldas porque no hay un solo hueco libre. Te estas empezando a irritar, esto no era exactamente como lo habías planificado.
Llega el turno de tu marido, quiere ir al Spa y salir huyendo del ruido infernal. Vais a la recepción y preguntáis donde podéis recoger los albornoces. Vaya.. por lo visto hay una filtración en la piscina climatizada de chorros que están reparando, de momento ni albornoz, ni rodajas relajantes de pepino en mis ojos.. ¡El Spa CERRADO!
—¿Pero tu miraste bien en internet todo esto? —pregunta mi mujer algo exaltada.
Llega la noche y dices, ahora sí que sí, ¡nos vamos a cenar al restaurante estrella michelin!
Coooooomo te estas festejando ese cordero lechal a baja temperatura con aroma de trufa y la copa de cerveza alemana helada, empiezas a salivar...
Llegáis al restaurante y es —más o menos— como viste en las fotos, no es exactamente igual pero le das un pase, nada arruinará esta maravillosa velada.
Al entregarnos el camarero la carta ves que no está el cordero entre las sugerencias y solo ves una carta de tapas que tampoco parecen muy de estrella michelin que digamos..
Le preguntas al camarero si el cordero está en las sugerencias o fuera de carta y te indica que ese plato ya hace tiempo que no lo cocinan, que hace unos meses el restaurante cambió de dueño y que ya no es estrella michelín:
—Puede dar lugar a confusión porque no le cambiamos el nombre, ahora solo servimos tapas —aclara el camarero.
Uff! Te hundes en tu silla pensando que quizá te miró un tuerto: ¡Esto no es lo que habías imaginado! ¡Necesitas una cerveza pero YA!
Respiras, coges aire y le dices al camarero:
—Está bien, está bien.. por favor tráigame una cervecita bien fría, de esa alemana que tenéis —le dices mientras señalas en la distancia el grifo del barril.
—Ah, lo sentimos, precisamente se nos acaba de estropear el tirador, solo tenemos cerveza española, en botellín, alemana NO.
Esa noche cabizbajos de vuelta al hotel pensáis: ¡Nada nos sale bien! ¡Esto es un desastre de viaje!.
Cuando abandonas el hotel y antes de emprender el viaje de regreso a casa, miras desde el coche a tu alrededor y solo te sale gritar a los cuatro vientos:
«Adiós Vacaciones, Adiós! ¡Hasta Nunca!»
Y es que, aunque disponemos de una tecnología avanzada que nos puede facilitar mucho la vida, a veces abusamos de su uso y no dejamos dar riendas suelta a la improvisación, al dejarnos llevar, a la espontaneidad, al fluir con los acontecimientos.
Hemos desarrollado una necesidad interna tan brutal de querer tenerlo TODO bajo nuestro control, que muchas veces queremos hacerlo sobre acontecimientos que no están a nuestro alcance controlar.
Nos excedemos imaginando un mundo ideal, nos creamos unas expectativas tan altas que somos imposibles de cumplir y entonces llega la frustración.
Como decían los estoicos —hace tan solo 2.000 años— :
«Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia».
Y es que como te contaba al inicio de este relato y que viví en primera persona cuando era niño:
“La realidad superará a la ficción siempre que no generes expectativas”.
Relájate y disfruta! Felices vacaciones!
By Raúl Rivas.